miércoles, 10 de abril de 2024

La vida en la gran ciudad - Capítulo 03: Por fin algo de acción

Capítulo 03

Por fin algo de acción

Cuando un cliente entró en la tienda, Sus casi salta de alegría. Reconoció a la señora Hermenegilda, entrando decidida a su tienda y con ganas de hablar. No tenía escapatoria. Era su tienda, tenía que atenderla y aguantar carros y carretas. Sabía que no dejaría de hablar y casi prefería no tener ningún cliente.

Hermenegilda: ...y me tienen hasta la peineta. Mis nietos no saben jugar, lo rompen todo y en seguida te piden otra cosa. Les regalé para Reyes unos juegos de esos de máquina que se enchufa en la tele, y me dicen que ya se lo han pasado. ¿Qué demonios significa eso? ¡Yo jugaba con mi muñeca de trapo hasta que se le caían las tripas! Si te lo has pasado pues te lo pasas otra vez hasta que le salga humo a la máquina, leches. Se piensan que mi paga es de millonaria, ¡ni que fuera yo la Preysler! 
Sus: Lo mejor es jugar con la imaginación.
Hermenegilda: ¡Dímelo a mi! Que jugaba con una mazorca y la peinaba como si fuese una muñeca. Los jóvenes de hoy en día nunca tienen suficiente. Yo les regalaba dos peraltas así de altas, pero me toca ser buena, que para eso soy su abuela.


Sus le vendió dos sets con un camión de basura, contenedores y figuras. Para sorpresa de Sus, Hermenegilda miró el reloj y dijo que tenía que irse ya. Sus vio el cielo abierto.

Hermenegilda: Perdona que te deje así, pero he perdido toda la mañana en el médico y tengo que ir al mercado a comprar y hacer la comida para los nietos. Ay, cómo os echo de menos en el edificio. La pálida millonaria se fue y no da señales de vida, la abogada dejó de pagar, por lo visto perdió el trabajo y la cosa no le iba bien. Luego un guarro que montaba fiestas, después las chicas esas tan majas, que decidieron irse al bosque a vivir, como los animales y ahora está viviendo una familia numerosa que no sabes lo escandalosa que es. Los niños parecen terremotos, dando brincos todo el día y no me dejan ver la novela tranquila.
Sus: Vaya, han pasado ya muchos por mi antiguo piso. Con el cariño que le tengo...
Hermenegilda: Pues pena te daría de verlo así. Bueno, me voy que al final no me dará tiempo de nada.


Cuando Hermenegilda salió, se cruzó con Diamante. 

Diamante: ¿Esa es la señora tan pesada?
Sus: La señora Hermenegilda, nuestra vecina del piso.
Diamante: Sus, tenemos que hablar de una cosa.


Diamante le contó que algo había ocurrido en el colegio con Dante. Tenían que ir a hablar nuevamente con su tutora. No era la primera vez que los reclamaban para hablar de su hijo, pero a Sus siempre la inquietaba.

Sus: Noa, ¿no te importa quedarte sola a cargo de la tienda?
Noa: Puedes ir tranquila, Sus. Voy a preparar un par de pedidos por la web y sacaré cajas del almacén.
Sus: Te lo agradezco. A ver qué ha pasado con Dante...


Mientras tanto, Isabelo hablaba con Patricia, la clienta. Se había sentado en el sofá, junto a ella. No dejaba de parlotear y decir cosas que a Patricia no le despertaba ningún interés. 

Isabelo: Por eso al final del capítulo Mortermort se queda sin caballo. Se enamora del dragón y se marcha dejándolo abandonado a merced de una horda de zombies paletos. No queda claro si al final se disfraza de elfo y se camufla o se va con los orcos para conquistar el valle de los caballeros colgados. 
Patricia: Quizás debería volver otro día...
Isabelo: Kianga no tardará, no se preocupe. Ah, ¿sabe que la princesa al final no estaba muerta? Solamente estaba dormida. La vieja peluda le había dado un veneno raro, pero como estaba vacunada contra el virus zombie paleto, no le hizo efecto. 


El olor a sudor y fritanga que desprendía Isabelo hizo que Patricia se levantase de inmediato. No podía aguantarlo ni un minuto más.

Patricia: Mi tiempo es oro, señor Isabelo. Debo hacer muchas cosas y no puedo estar toda la mañana esperando a su compañera. Lo siento, pero...


Kianga: ¡Ya estoy aquí! Le ruego que me perdone. Estaba sumergida en un caso mega importante que debía resolver. No le puedo dar datos, es confidencial, pero entre nosotras, era cosa relacionada con la casa real. 
Patricia: ¿La casa real?
Kianga: Sí, asuntos de estado. A veces se ven tan abrumados que contratan mis servicios. Al final he conseguido averiguar quién espiaba al Rey. 
Patricia: Vaya, trabaja para la corona. 
Kianga: Sí, pero no lo diga por ahí, por favor. Es mejor que esto sea un secreto. Vamos a mi mesa y me cuenta, si le parece bien.


Una vez sentadas, Patricia le explicó a Kianga los motivos por los que quería contratar sus servicios.

Patricia: Estoy casi convencida de que mi marido me es infiel.
Kianga: Vaya, menuda faena.
Patricia: Llevo semanas sospechando que se está viendo con otra.
Kianga: ¿Lo ha pillado en alguna mentira o ha visto algo extraño?
Patricia: Sí. Sé que no va a clases de pilates cuando deja al niño en las clases de repaso. He preguntado y las monitoras dicen que hace mucho que no aparece por allí.
Kianga: Quizás se haya aburrido y prefiera hacer otra actividad.
Patricia: Pero a mi me dice que va a pilates. Me habla sobre las clases y lo bien que lo pasa.
Kianga: ¿Es posible que se haya apuntado a otro centro?
Patricia: Me lo habría dicho.


Kianga: ¿Y lo ha seguido alguna o vez o lo ha visto con alguna mujer que no conozca?
Patricia: No soy capaz de hacerlo, me siento ridícula persiguiéndolo. No lo he visto con otra mujer, pero su ropa huele a perfume femenino y ya nunca...me desea.
Kianga: Entiendo.


Patricia: Soy atractiva y nunca me habían rechazado. Ahora, cada dos por tres se queja de dolores de cabeza y siempre está cansado. Además, está todo el tiempo mirando al teléfono y cuando me acerco, lo apaga para que no pueda ver con quién habla.
Kianga: Me es suficiente. Me tiene que dar una foto de su marido e indicarme la zona por dónde se mueve.


Patricia: Le pasaré fotos por el móvil. Pienso que su querida tiene que vivir cerca del colegio al que va mi hijo, aunque no estoy segura. Por favor, necesito saber la verdad. Quiero tener pruebas suficientes para estar segura y pedir el divorcio. Si me está poniendo los cuernos, lo voy a dejar en la puñetera ruina.
Kianga: Cuente con nosotros. Averiguaremos que está ocurriendo con su marido.


Patricia: Gracias. Si lo averigua, seré generosa con ustedes. Ahora irá a llevar al niño a las clases de repaso. Sería una buena ocasión para ir y averiguar algo.
Kianga: Termino lo de la casa real y voy, no se preocupe.


Cuando Patricia se marchó, Kianga saltó de alegría. Por fin tenían un caso, uno de verdad.

Kianga: ¡Tenemos un caso, Isabelo!
Isabelo: Menos mal, pensaba que ya no nos contrataría nadie. Aunque me ha dejado con el capítulo a medias, tengo que retomarlo ahora mismo.
Kianga: De eso nada, ¡vamos a trabajar! Tenemos que ir ahora mismo a averiguar si ese hombre le está poniendo los cuernos.


Isabelo: ¿Ahora? Pufff. Yo prefiero quedarme aquí, por si aparece otro cliente.
Kianga: Vale, pues entonces iré yo sola. Te iré informando.
Isabelo: Muy bien. Oye, voy a pedir pizzas. ¿Quieres una?
Kianga: No sé lo que tarde en volver. Pídeme una de atún.
Isabelo: Y unas patatas, anillas de cebolla y nuggets de pollo.
Kianga: Bueno, pide lo que veas.


Sus y Diamante llegaron al colegio dónde estudiaban Suselle y Dante. Estaba abarrotado de niños que gritaban y corrían en todas las direcciones. A Sus la estresaba ese alboroto caótico. 


Sus: Cuantos niños...
Diamante: ¿Puedo esperarte aquí fuera? Por allí hay un bar que...
Sus: ¡De eso nada! También son tus hijos. No me puedes dejar sola, Diamante.
Diamante: Es que no creo que sea necesario que estemos los dos...
Sus: Lo siento, pero no te puedes escaquear.
Diamante: ¡Cachis!


Los niños gritaban alrededor, soltando tacos y persiguiéndose los unos a los otros. Tenían que ir con cuidado para no tropezar con ellos.


Por fin llegaron a la entrada del edificio y entraron esperando encontrar más tranquilidad.


Kianga también había llegado a la escuela. Allí se suponía que tendría que aparecer el marido de su clienta. Tenía que estar muy atenta. Era muy importante para ella que no se le escapase. Comprobó que llevaba la cámara fotográfica en el bolso y entró algo nerviosa.


Con tantos niños montando jaleo, le sería mucho más complicado concentrarse.

Kianga: ¿Dónde estará el infiel? A simple vista parece que no está.


Continuará...



sábado, 30 de marzo de 2024

La vida en la gran ciudad - Capítulo 02: Pizzas, bolsos y pastillas

Capítulo 02

Pizzas, bolsos y pastillas


Kianga había montado su agencia de detectives hacía ya un par de meses. Encontró un alquiler económico en el primer piso de un edificio de comercios. En el piso inferior estaba la juguetería de Sus. Kianga nació en áfrica, pero a los dos añitos se vino a vivir con su familia a Wensuland y desde entonces hacía su vida aquí. Su piel era negra, su pelo moreno y frondoso y sus ojos color miel. Le gustaba vestir de forma muy elegante, con su traje de falda lila y su camisa blanca. Ilusión no le faltaba, pero clientes...


En dos meses, había tenido solamente dos casos. Un gato perdido que finalmente regresó solo a casa y el caso de una señora que aseguraba que un hombre la seguía a todas partes y resultó ser el cobrador del frac, por lo que no cobró nada.

Kianga: ¡No llama nadie! Me aburro como un burro.

Estaba sentada frente a su escritorio. El ordenador encendido, su agenda en blanco y su móvil con el sonido al máximo.  Miraba por la ventana aburrida.

Kianga: Necesito acción, Isabelo.


Unos metros frente a ella estaba Isabelo, su socio. Él le había ayudado a montar la agencia, aunque el trabajo lo había hecho prácticamente todo ella. Era un hombre corpulento, con barba y poco atractivo. Siempre iba en chanclas, ya que le gustaba tener los pies libres. Vestía con su camiseta de flores hawaiana y lucía en su rostro poco atractivo sus particulares gafas de vista vintage.

Isabelo: Pues ven y pilla pizza y una birra.

Hacía las funciones de secretario y tenía su mesa de escritorio con su ordenador, aunque la utilizaba como mesa para comer y ver series. Los botellines de cerveza inundaban su zona de trabajo, tanto encima como bajo la mesa. Varios cartones de pizza esparcidos alrededor y algún envoltorio de chocolate decorando su mesa.

Kianga: No tengo hambre.
Isabelo: Pues está bien buena. He pedido la carnívora. Lleva hamburguesas, pops de pollo, salchichas y ternera en salsa. 
Kianga: Cuando quiera morir de indigestión, te lo diré.


Isabelo: Tengo dos bocatas de rabo de toro, ¿quieres uno?
Kianga: Lo que quiero es que alguien llame. Si seguimos así, tendremos que cerrar...
Isabelo: No seas impaciente, ya llamarán. Ay, me ha chorreado en la camisa la salsa barbacoa.
Kianga: ¿Cuándo piensas recoger esa pocilga que tienes en tu puesto de trabajo?
Isabelo: Cuando tenga ganas.


Kianga: No sé para qué me he gastado dinero en el anuncio en el periódico. 
Isabelo: Podríamos poner un anuncio en la tele. ¿No te parece buena idea? Todo el mundo mira la tele.
Kianga: Qué gran idea, Isabelo. Ahora dime, ¿de dónde sacamos el dinero para el anuncio?
Isabelo: Ah, es verdad, que vale dinero. ¿Y si se lo pedimos como un favor? La presentadora esa que sale en la tele, la rubia...¡Mercedes Clická! Es simpática, quizás nos quiera hacer el favor.
Kianga: Mejor sigue comiendo, Isabelo.


Isabelo: No hace falta que me lo digas dos veces. Ains, este pantalón ha encogido en la lavadora. Últimamente me está pasando con toda la ropa. Oye, ¿y ese hombre que estaba buscando a su loro perdido? ¿No te volvió a llamar?
Kianga: Le llamé yo, pero me dijo que ya había aparecido. Lo encontró en la sala de karaoke que hay frente a su casa. Al loro le gustaba cantar.
Isabelo: Qué cachondo el loro.


Kianga: Isabelo, me voy.
Isabelo: ¿Cerramos ya?
Kianga: ¡Ni de coña! Quédate ahí, por si sucede un milagro y viene un cliente. No pongas el sonido de la serie muy fuerte que no te enteras si llaman. 
Isabelo: ¿A dónde vas?
Kianga: Voy a que me de un poco el aire y de paso iré a ver a Leti a su tienda.


En el mismo edificio estaba situada la tienda de Leticia. Al contrario que Sus y Kianga, su negocio estaba funcionando muy bien. Era una boutique que había conseguido consolidarse en sus primeros meses de vida. Vendía ropa exclusiva, de diseñadores muy conocidos y admirados. Leticia disfrutaba de su nueva vida regentando un negocio así.

Alexia: ¡Un Saint Click Laurent! Mira amor, es una monada. Adoro estos bolsos de mano y más en este color.
John: Ese color te pega.
Alexia: Lo sé.


Wenda se había comprado un vestido primaveral para lucirlo esa temporada. Chidi le acompañaba cuando salía a comprar ropa. A Wenda le gustaba pedirle consejo.

Leticia: Pues serían 245 cleuros.¿Efectivo o tarjeta?
Wenda: Pagaré con tarjeta.
Leticia: Perfecto.


Chidi: Ya pago yo.
Wenda: ¡Chidi, no seas loco! No tienes que pagarme nada.
Chidi: Quiero hacerlo. ¿No puedo tener un detalle con la mujer de mi vida?
Wenda: Está bien. Luego te compensaré...


Cuando pagó, le aguantó la puerta a Wenda. Leticia observaba sorprendida lo amable que era Chidi con Wenda. 

Chidi: Mademoiselle.
Wenda: Gracias, mi amor. 


Leticia: ¿Le puedo ayudar en algo?
Alexia: Sí, me llevaré un bolso de estos y me gustaría saber si tiene algún vestido de Clickino & Clackana. Busco uno para un evento muy importante que tengo para esta temporada.
Leticia: Tengo uno ideal para usted. Me acaba de llegar.


Leticia le enseñó un precioso vestido primaveral lila azulado.

Alexia: ¡Es precioso! ¿Te gusta, John?
John: Se ve realmente bonito.
Alexia: Me lo quiero probar.
Leticia: Claro que sí. Le acompaño al probador. 


Una vez que estuvo sola en la tienda, Leticia se puso a recolocar la ropa y ordenar. Estaba tan feliz que le parecía un sueño. Su única espina clavada era no tener a su madre con ella, pero la tenía presente a todas horas. La puerta se abrió y pensó que se trataba de otro cliente, pero era Kianga.

Kianga: Hola Leti.
Leticia: ¡Kianga! ¿Ya has cerrado la agencia de detectives?
Kianga: Es como si lo estuviera. No llama nadie...


Leticia: Siento que la gente no llame. Si quieres puedo dejar publicidad en la tienda.
Kianga: Te lo agradecería. Está Isabelo en la oficina, de guardia. Aunque tampoco está muy por la labor. 
Leticia: ¿Quieres un café?
Kianga: No lo quiero, ¡lo necesito!


Mientras tanto, en la planta superior, Emma esperaba junto a su amiga Crystal en la sala de espera. Estaban en la consulta de Félix, el reputado médico de familia que tenía una consulta en ese mismo edificio. Su simpatía, su profesionalidad y cercanía le habían convertido en el médico más querido y respetado de Wensuland.

Crystal: Me duele un montón el estómago, Emma.
Emma: Sé lo que es. He sufrido dolores de estómago terribles. No te preocupes, el doctor Félix te curará.
Crystal: Eso espero.


Mientras tanto, en la consulta...

Félix estaba atendiendo a Hermenegilda. Acudía cada semana por un motivo u otro a la consulta, siempre con preguntas eternas y explicaciones infinitas. Le dolía prácticamente todo, o al menos eso era lo que ella decía. Félix, con la paciencia que le caracterizaba, intentaba mantener la calma y ayudar a su paciente de la mejor forma posible.

Hermenegilda: ..y claro, la cadera me está matando. Estoy tumbada y no sé cómo ponerme. Al dolerme las piernas y marearme al cambiar de postura, parezco un borracho en nochevieja. Me doy la vuelta que parece que estoy en una montaña rusa, no me hace falta montarme en atracciones de feria. 
Félix: La comprendo. Mire, lo mejor será que...
Hermenegilda: Yo me levanto de la cama, no se vaya a pensar que me quedo todo el tiempo acostada. Me digo que para estar ahí tumbada engullida por la desesperación más absoluta, pues me levanto y hago todos los quehaceres de la casa. Hago punto, eso me relaja, pero las cervicales no me permiten estar mucho rato y lo tengo que dejar...  


Félix: Señora Hermenegilda, he entendido su problema. Le digo lo mismo que ayer, siga con la medicasión acordada. Recuerde tomarla con las comidas, para que no le haga daño al estómago.
Hermenegilda: Como poco, por eso. Ayer cené una yesca de pan y un guchito de vino tinto, que va bien para las defensas, que me lo dijo la Herminia. Aunque luego me zampo unas buenas magdalenas de las monjas de Clisandia, que cocinan como los ángeles. Por cierto, el otro día iba estreñida y eso que tomo los polvos para ir al baño, no sé si es normal.
Félix: Camine y beba más agua. No tome...
Hermenegilda: Caminar lo hago, eso sí. Lo hago con mis amigas, la Herminia, Vicenta y Fernanda. Me llevo al chispas, el perro de mi hijo Clotildo. Que me lo ha encasquetado. Dice que no le dejan tenerlo en el piso de alquiler en el que está. El perro parece más una cabra que un perro. Si le intento acariciar, me chupa la mano y me araña jugando, y yo tengo la piel muy delicada. Me estoy poniendo la pomada esa que me recetó, para pieles sensibles y...
Félix: Señora Hermenegilda, tengo más pasientes a los que...  


Hermenegilda: Ay, perdone doctor. Es que usted da confianza para contar las cosas. No crea que hablo así con todo el mundo...
Félix: No se preocupe. Siga así y cualquier cosa nos llama.
Hermenegilda: No, si voy a sacar cita para la semana que viene, pero se lo diré a Vicrogo, no me gusta por teléfono, es todo muy soso. Con una máquina no se puede hablar. Por Internet tampoco, yo no entiendo de los aparatos de hoy en día. Yo creo que esos aparatos los inventa el demonio para que las personas mayores estemos desamparados. 
Félix: ¡Vicrogo!


Vicrogo, que era el secretario encargado de tomar citas, coger el teléfono y atender en el mostrador de la consulta, entró a toda velocidad. Sabía que Félix estaba en apuros. Doña Hermenegilda era uno de sus clientes más difíciles. 

Vicrogo: ¡Aquí estoy!
Félix: Grasias por venir tan rápido, cariño. Mira, Hermenegilda ya se marcha. Me gustaría que le acompañases amablemente a la puerta de salida.
Vicrogo: Con mucho gusto.


Hermenegilda: Oh, qué amabilidad. Sois dos ángeles. Aunque me gustaría pedir cita para la semana que viene...
Vicrogo: ¿Es por algo urgente?
Hermenegilda: No, pero seguro que me dolerá algo y así ya tengo la visita programada.
Vicrogo: Tenemos la semana completa. Hacemos una cosa. Si le ocurre cualquier cosa, llama por teléfono y yo le hago un hueco.
Hermenegilda: Es una vergüenza como está la sanidad. Una pobre mujer mayor como yo no puede ser atendida por culpa de la mala gestión que hacen los políticos, sobretodo la ministra de sanidad y el presidente, que es un espabilado de cuidado. Ojo, que no me quejo de vosotros, ni mucho menos, pero una señora como yo debería... 


Cuando por fin se marchó, Félix suspiró aliviado y sorbió un poquito de café frío de su taza.

Félix: Grasias. No podía más.
Vicrogo: Creo que la semana que viene la volveremos a tener aquí...
Félix: Qué crus. Ya puede entrar Crystal.
Vicrogo: Perfecto.


Vicrogo salió a la sala de espera y llamó a Crystal.

Crystal: Soy yo.
Emma: Ánimo. Te espero aquí.


Félix: Hola, Crystal. Dime, ¿qué te ocurre?
Crystal: Me duele mucho el estómago. Tengo pinchazos que me retuerzo del dolor...
Félix: Vaya. Vamos a la camilla y te tumbas boca arriba.


Félix estuvo tocando la zona afectada pero no notaba nada extraño.

Félix: Está todo bien. No tienes inflamasión. 


Crystal: ¿Entonces? ¡Me duele!
Félix: ¿Qué has comido en las últimas horas?
Crystal: Ayer cené en un restaurante con mis padres. Calamares a la andaluza con unas olivas con pepinillos en vinagre y tarta de la abuela. Esta mañana churros con chocolate.
Félix: Tienes el estómago susio. Te voy a recomendar tomar agua tibia con limón, infusiones o mansanilla y haser una dieta equilibrada durante unos días. Te voy a dar una lista de alimentos recomendados y los que deberías dejar de consumir por un tiempo. 
Crystal: Gracias, doctor.


Vicrogo estaba en recepción, reorganizando la agenda de Félix. Estrella estaba esperando pacientemente a ser atendida. Acudía para ver los resultados de un análisis de sangre que le habían hecho.

Vicrogo: ¿Cómo va todo? ¿Wen está bien?
Estrella: Sí, ahora está de viaje. Ya sabes como son los piratas, que siempre están en alta mar.
Vicrogo: Qué suerte tiene, viviendo aventuras por ahí. ¿Y la niña?
Estrella: Está con su abuelo y Gallofa. Se han ido de excursión con Mar y Bosco.


Una vez dentro de la consulta, Estrella esperaba nerviosa que Félix le diese los resultados de la analítica. Se había encontrado algo mareada y había pasado una infección de orina.

Félix: Está todo bien, Estrella. Los resultados no pueden ser más buenos.
Estrella: ¡Bieeen!


Estrella abrazó a Félix y le plantó en beso en toda la cara.

Vicrogo: ¿Qué está pasando aquí? ¡Manoseando a mi marido!
Estrella: Oh, disculpa, Vicrogo. Estaba tan contenta que no he podido evitarlo.
Vicrogo: Es broma, Estrella. Sé muy bien que tus besos son muy sanos. Me alegra que estés bien. Ya no tenemos más pacientes, ¿cerramos la consulta?
Félix: Sí, ya es hora de ir a comer algo. ¡Estoy hambriento! ¿Vamos al restaurante La Tagliatella?


Mientras tanto, Isabelo seguía engullendo pizzas y bebiendo cerveza. La serie estaba en el momento más emocionante. El dragón de la Reina se había enamorado del caballo del enemigo más terrible de la corona, mientras que el Rey había mandado cortar la cabeza a todos los señores del condado mayores de treinta años. Mientras, un ejército de zombies paletos estaban invadiendo el país. De pronto, alguien entró en la oficina.

Mujer: ¿Se puede?
Isabelo: ¿Eh? No estoy interesado en comprar nada.
Mujer: No vendo nada.
Isabelo: La tienda de ropa es al otro lado.
Mujer: No quiero comprar ropa. ¿Esto no es una agencia de detectives?
Isabelo: ¿Esto? ¡Ay, sí! Pase pase...


Mujer: Veo que le pillo en mal momento...quizás sea mejor que venga más tarde...
Isabelo: No pasa nada. Si esto lo ordeno en un momento. 

Agarró las porciones de pizzas y cerró la caja. 


Apiló todo tras el escritorio y dio al pausa a la serie. 

Isabelo: Tome asiento, señora.
Mujer: Muy amable.


Una vez todo medio ordenado, se sentó frente al escritorio y miró sonriente a la posible clienta.

Isabelo: Usted dirá.
Patricia: Me gustaría contratar sus servicios. Es para algo muy delicado. Creo que mi marido me está siendo infiel y necesito confirmar mis sospechas.


Isabelo no sabía qué decir. Se levantó e invitó a la clienta a sentar en el sofá. Agarró el teléfono para llamar inmediatamente a Kianga.

Isabelo: Mi socia es la entendida en estos menesteres. Por favor, pose su trasero en en este sofá tan mullido.
Patrica: Eh...de acuerdo.


Cuando Isabelo llamó a Kianga y le contó lo ocurrido, no se lo podía creer.

Kianga: ¿Seguro que no es otra vendedora? ¡No quiero cambiar de compañía!
Isabelo: No lo es, Kianga. Es una clienta de verdad, de carne y hueso. Al menos eso creo, hoy en día la inteligencia artificial hace cosas brutales...
Kianga: ¡Voy volando!


Leticia: ¿Ocurre algo?
Kianga: ¡Me voy echando leches, Leti! ¡Tenemos una clienta! ¡Una de verdad!
Leticia: Oh, eso es fabuloso. ¡Ya me contarás!


Continuará...